Felicidad, parte 6

Han pasado sólo tres días y ya pienso en volver. Hoa. Hoa. Tu nombre aparece en cualquier lugar, entre cualquier pensamiento. Hoa. No puedo olvidarte. No puedo dejar de pensar en ti, y te veo en las caras de los demás.
Quiero volver contigo, pero sé que no puedo, que ya no tengo lugar allí. Ni siquiera quiero formar una familia contigo; no tal y como están las cosas. Pero es tan difícil, Hoa. Es tan difícil luchar contra un sentimiento tan fuerte.





Ojalá cuando leas esta carta vuelvas a ser la de antes. Ojalá olvides todo lo que te ha convertido en lo que eres y recuerdes cómo eras. Cuando nos pasábamos las noches juntos, cuando nos contábamos todo, desde lo más estúpido hasta nuestros más profundos pensamientos. Ojalá abras los ojos y consigas hallar la fuerza con la que luchar por mí.
Yo estaré siempre, y siempre podrás encontrarme.
Te quiero, Hoa.
Bao.





- Intentaré volver, Judith. Lo antes posible.
- Lewis, no te preocupes por eso. Me has dado algunos de los mejores ratos de mi vida. Tendré que incluirte en el libro. Serás el epílogo.
Terminaron el abrazo entre risas, y un beso en la mejilla.
Lewis Mitchell cogió su mochila y, dándose la vuelta varias veces para despedir a Judith, empezó a andar. No se le ocurría a dónde podía ir. ¿Qué había en Francia, además de París y Normandía? Tendría que averiguarlo. Sin ningún mapa. Un viaje que siempre había querido tener, envidiando a todos esos personajes de ficción que caminaban sin rumbo fijo esperando que la respuesta a la pregunta que todavía no conocían se les mostrara de alguna forma. Por eso su serie favorita era Kung Fu. Siempre había querido ser David Carradine.



“Apesta a muerto. Ese olor... se ha fijado tanto a mí que es imposible que me lo quite de encima. Todavía veo la sangre. No puedo quitármela de encima. Da igual lo fuerte que rasque.”
Todavía dentro de la ducha, pese a que el agua había dejado de correr hacía varios minutos, Firdaus se encontraba desnudo. Tenía un estropajo en la mano, con el que se frotaba enérgicamente todo el cuerpo, produciéndose heridas. Todo su cuerpo sangraba, rojo ardiente después de haberse arrancado la primera capa de piel. La carne era su piel.
“Malditos judíos... Intentan pararme. Pero no vais a poder hacerlo. Os voy a matar a todos. Dios está de mi lado. Os ha matado el alma y yo tengo que destrozar vuestros cuerpos.”
Había recorrido Israel disparando contra cualquiera, sin confirmar realmente si eran judíos o no. Es mejor que mueran cien inocentes a que quede un judío con vida.
Abrió de nuevo el agua y se aclaró. El desagüe se llenó rápidamente de sangre. Le dolía, pero tenía que deshacerse del olor.




- ¿Qué?
Nicole Crook no llegaba a entender lo que había dicho aquel gigante negro, aquel botones de hotel. No podía haber dicho lo que pensaba que había dicho. Y esa risa...
- El Kawa es una gran ciudad, señora. Creemos que única en el mundo.
- No hablas en serio.
Esa risa...
- ¡Claro que hablo en serio! Todos somos como ustedes. No somos muchos, cien o así, pero es un gran principio, ¿no le parece?
- No hablas en serio...
Tuvo que sentarse de nuevo, mientras Nathan la ayudaba, aunque parecía igual de desconcertado que ella, como si le hubieran demostrado que en realidad la Tierra era plana.
- ¿Cómo...?
- Es sólo suerte, o eso creo yo. Al principio nos parecía normal, como si poca gente hubiera empezado a rezar a Mas’ud, pero en las noticias decían que todo el mundo lo hacía. Salían cosas raras en la televisión. Luego empezaron a venir algunos como ustedes. Hay unas dos docenas de extranjeros.
- ¿Se da cuenta de lo importante que es esto? – preguntó Nathan, mientras Nicole miraba con la boca abierta al botones.
- No creemos que sea para tanto. Sólo es suerte, ya le digo.
- No, no se da cuenta. Hemos recorrido una buena parte del mundo en esa avioneta. Hemos visto lo que ha pasado en otros lugares. En la India hay saqueos constantes, asesinatos. Los que no son masuds son locos asesinos. Ninguna ciudad funciona ya. La gente sólo sigue sus vidas. No entiende lo que han conseguido hacer aquí. Dios. ¿Cómo funciona la ciudad? ¿Quién está al mando de ella? ¿Han votado?
Volvió a reírse. A Nicole le daba verdadero dolor de cabeza.
- No hay nadie al mando. Sólo hacemos distintas cosas cada uno. Nos organizamos para hacer cualquier tarea que creamos importante. Soy Mbarote Eltilib.
Le tendió la mano a Nathan. Aunque hubiera estado hablando de piruletas de sabor a fresa, el cambio repentino de tema le habría dejado perplejo unos segundos antes de responder.
- Nathan, Nathan Crook. Ella es mi mujer, Nicole.
- Bienvenidos a El Kawa, Nathan y Nicole. Vengan conmigo; les voy a presentar a algunos de nuestros habitantes.



Después de abandonar Washington D.C., George W. Bush cruzó algunos estados, mientras se encaminaba a Texas. Virginia, las dos Carolinas, Georgia y Alabama. Cada ciudad por la que pasó hasta llegar a Mississippi estaba igual que las anteriores. Continuaban funcionando; cada organismo estatal mantenía su trabajo, cada ciudadano hacía lo que estuviera haciendo antes de Mas’ud. Eso significaba que los antiguos problemas continuaban sin resolverse, y surgían nuevos. No todos los infelices pensaban en el bienestar del pueblo como George Bush, sino que se aprovechaban de los vacíos entre decisiones de los masuds. Si el objetivo de un masud, lo que estuviera haciendo, era a largo plazo no iba a dejar de hacerlo, porque era feliz con ello, pero cuando entraba en un limbo entre decisiones a corto plazo se quedaba en él, a no ser que, por sucesos externos, encontrara otro.
George Bush compró comida en un supermercado de Jackson. La señora que había pagado antes que él, después de una compra diaria para preparar la comida, salió del supermercado con dos bolsas, y antes de que George Bush terminara de pagar volvió a entrar, esta vez con las manos vacías.
Al salir, George Bush se encontró con dos veinteañeros en la puerta. Tenían un aspecto miserable, con ropas roídas y el pelo grasiento. Además, le resultaron preocupantemente amenazadores. A sus pies guardaban decenas de bolsas del supermercado.
Uno de ellos le quitó de un tirón la bolsa donde había guardado la comida.
- ¡Eh! ¡Devuélvemela! – grito George Bush.
- ¿Eres gilipollas o qué? Entra y compra más.
- Si no me devuelves la bolsa llamaré a la policía.
- ¿Qué coño le pasa a este?
- A lo mejor no es masud, tío.
- A lo mejor hay que enseñarle modales.
El gamberro sacó una navaja de su bolsillo e hizo retrodecer a George Bush, pero siendo hijo de quien era hijo no se vio intimidado por la navaja.
- Será mejor que no te metas en problemas, hijo. ¿No sabes quién soy?
- Jódete.
El gamberro le clavó la navaja a George Bush en el estómago. El otro gamberro le golpeó en la cara y le tumbó al suelo, donde empezaron a darle patadas, en la cabeza y en el resto del cuerpo. George Bush perdió el conocimiento.
Cuando se despertó era ya de noche, y el supermercado había cerrado. Le dolía todo el cuerpo, y había perdido mucha sangre por culpa del navajazo. ¿Cuánta gente le habría visto allí tirado? Todos ellos habrían sufrido un delito, pero ninguno lo denunció. Nadie llamó a una ambulancia al ver al expresidente de los Estados Unidos de América desangrándose en la acera.
Antes de perder el conocimiento de nuevo, George Bush lloró, como había hecho durante todos los días desde la aparición del dios.




Julia había soñado con París desde muy pequeña. Había decidido vivir allí después de tantas películas románticas que se mecían en la capital francesa, pero no sabía si era un cliché lo que había visto en los cines o si había desaparecido realmente. No había amor en sus calles. Veía parejas por todas partes, besos y abrazos, pero, ¿dónde estaba el ardor? ¿Dónde se escondían las riñas y las carreras en busca de la otra persona? ¿Dónde estaban las nuevas promesas y los corazones rotos que encontraba de nuevo el amor? Desde luego ella no lo encontraba. Mientras andaba con Gilles miraba a los ojos a todos los extraños. Intentaba buscar la chispa en sus corazones.
- ¿Verdad que son interesantes? – la interrumpió su acompañante.
- No pensaba en ello... ¿No crees que les falta fuerza? Se les ve tan apáticos...
- Intenta pensar como piensan ellos, no como lo haces tú. Imáginate cómo te ven ellos. Con sudor, con lágrimas, enfrentándote siempre a problemas, con algún pensamiento deprimente cada día. Ellos son felices. Si pudieran sentirían lástima de ti.
- Ese es el problema. No pueden sentir lástima de mí. Sólo pueden ser felices.
- Y tú estás destinada a ver más claras los hechos negativos. Ellos sólo ven los positivos, siempre, en cualquier parte. Cuando miramos algo, ellos y nosotros, ellos encuentran la luz, encuentran la magia de la vida, por lo que merece la pena vivir. Nosotros sólo vemos miseria y dolor. Por eso no pueden sentir lástima de nosotros, porque aun así ven nuestro lado positivo. Somos sus opuestos, pero no por ello mejores.
- Pero las partes negativas también están ahí. También son parte de la magia de la vida.
- Claro que lo son, pero no es lo único que hay, como pensamos nosotros.
- Yo no creo que sean lo único. Yo veo lo bueno también.
- Tú ves lo bueno y lo mancillas. Ves una luz y la cubres con una tela, para que no brille tanto, porque tienes miedo, porque podrías ser injusta al ver demasiado la luz. Ellos han dejado que les ciegue.
- Yo creo en el amor, y en la amistad, y en la ayuda. No lo oculto. Es lo que nos salva de los horrores que vivimos.
- Ves el amor y le añades reglas, promesas que no pueden romperse, prohibiciones. Cuando ellos lo ven sólo ven amor, sea como sea y venga como venga, y lo aceptan y lo viven como nosotros nunca podremos vivirlo. Su visión del mundo...
- ¿Quieres dejar de lavarle el cerebro a esta pobre chica? – una mujer, o al menos una mujer para Julia, que tendría diez años menos que ella, les alcanzó y se interpuso en su camino. Le dio un beso en la mejilla a Gilles y se presentó -. Soy Odette Polin, encantada.
- Me llamo Julia.
- La encontré y tuve que hacerle una foto. Parecía perdida.
- ¿Una foto? Ella no es masud, no te sirve.
- Pero estaba preciosa.
Julia no pudo evitar ruborizarse, pero al agachar la cabeza para ocultarlo se le escapó una sonrisa, ligera y fugaz, que cambia más el corazón que el rostro.
- No dejes que te convenza de que son mejores que nosotros. Son unos cobardes, pero él no quiere verlo.
- Les defiendo porque ellos no pueden hacerlo.
- No empieces otra vez. Ellos no pueden porque son zombis, porque han decidido perder su humanidad a cambio de una droga.
- No pueden porque no son capaces de discutir, porque no quieren hacerlo. El enfrentamiento no es algo de lo que puedan sacar nada bueno, y seguramente entenderán tu postura mejor que tú la suya. Veran que tus motivos son buenos, y que no tiene sentido discutir por algo que...
- ¿Y por qué no usan su iluminada cabecita para llevarme por el buen camino?
Continuaron discutiendo mientras paseaban, sin que Julia interviniera. Estaba claro que habían tenido esa discusión un millón de veces, y que nunca se convencían de nada. Julia no sabía que pensar sobre los masuds, pero le gustaba haber encontrado dos personas a las que pudiera apreciar y de las que pudiera aprender.




- ¿Por qué bebes, John?
En el poco tiempo que llevaba Cony con él ya había pedido cinco copas más.
- ¿Por qué no? Me siento bien.
Cony iba a responder a aquello, pero dudó un segundo, el tiempo suficiente para darse cuenta de que no sabía qué tenía de malo aquello. Cerró la boca y pensó más en eso. John habló por ella.
- Y... ¿lo del dios no era cosa mía? Pensaba que estaba borracho, ¿sabes? Aunque seguro que lo estaba.
- Sí, señor. Era de verdad.
- Vaya... y yo riéndome – rió -. ¿Todavía se le puede llamar?
- ¿Quieres... aceptarle?
- No... Cuando me termine esta copa volveré a ser feliz.




El Kawa hervía. Había tanto movimiento, tanta gente frenética que asustaba. Casi todos eran negros, pero debía tener representación de todos los lugares del mundo, por la diferencia étnica. A Nathan le gustaba eso. Le hacía sentir como cuando fue por primera vez al desierto australiano. Desde lejos, desde las fotografías o con el rápido movimiento del coche parecía que sólo fuera un color, pero cuando bajó pudo distinguir infinidad de matices distintos.
Él y su mujer siguieron a Mbarote al interior de una casa. En el salón se encontraba una mujer altísima rodeada de papeles, engullida por ellos.
- Ella es Nel Elsouim – presentó Mbarote -. Está intentando organizar la ciudad. ¿Algo difícil, Nel?
- ¿Quiénes son?
- Te presento a Nathan y a Nicole Crook. Han venido en avión desde Australia. Creo que les va a gustar El Kawa, y no se me ocurre mejor persona que tú para enseñársela.
- Estoy bastante ocupada... -. La mirada de Mbarote podría haber convencido al mismo Dios de que aceptara de nuevo a Lucifer en el cielo, pero fue una mirada amistosa -, pero si queréis acompañarme. Tengo que ir a ver a Gbatanawo. Tiene un problema con el agua.
- Muy bien amigos. Cuando hayáis terminado venid al hotel de nuevo. Estoy seguro de que os gustará mucho El Kawa.
Se despidieron en la calle, y mientras Mbarote volvía por donde habían llegado, ellos continuaron la calle detrás de Nel. Aquella mujer era impresionantemente alta. Nathan recordó lo que había dicho el botones.
- No llego a entender lo que ocurre aquí.
- No es muy complicado. La gran mayoría de El Kawa decidió ignorar a Mas’ud, por sus propios motivos. Al principio todo siguió igual, pero en otras ciudades de Sudán empezaron a aparecer problemas a raiz del dios. Gente que se había vuelto loca por el cambio radical que ha sufrido el mundo y empezarón a saquear y a asesinar. O a suicidarse. El gobierno no hizo nada, como el resto de gobiernos. Han desaparecido completamente. Yo acababa de volver. Trabajaba en la embajada de Sudán en Londres, y vi que el gobierno se había vuelto inexistente. Vine aquí para ver a mi familia. Hablando con otra gente decidimos cuidar al menos la ciudad. No podemos hacer demasiado por el resto, al menos no todavía, pero creemos que podemos encargarnos de una ciudad de forma independiente, o tanto como podamos. Seguimos comerciando fuera, claro, pero hacemos lo que podemos por evitarlo.
- ¿Por qué? El comercio sigue igual, ¿no?
- Sigue exactamente igual. El comercio siempre ha variado, siempre ha tenido fluctuaciones y ahora han parado. Sin eso la economía global ha perdido su sentido, se ha estancado. Ahora mismo el cambio es poco visible, pero dentro de unos años habrá destrozado la forma de vida que tenemos. Queremos adelantarnos a ello para poder soportarlo después.
- ¿Y cómo llegaron todos los extrangeros hasta aquí?
- De la misma forma que vosotros. No buscaron El Kawa por lo que estamos haciendo, sencillamente lo encontraron. Cuando hayamos conseguido estabilizar la ciudad intentaremos contactar con otra gente. Si encontramos la forma de mantener una sociedad reducida trataremos de que se extienda para que otros puedan utilizar lo que hemos aprendido. Hemos llegado.
Una alcantarilla estaba abierta a sus pies, con símbolos avisando del peligro a su alrededor. Entraron en ella.




El llanto del bebé provenía de un edificio cercano. Leeland, Paul y Fabien entraron y empezaron a buscarle. Estaba en el segundo piso, escondido entre las sábanas de la cama, pero los gritos ayudaron a encontrarle. Paul le cogió y empezó a mecerle para que dejara de llorar. Viendo que aquello no funcionaba, Fabien buscó en la cocina algo que darle de comer, y encontró un biberón lleno de leche. Ya estaba fría, pero prefirió dársela así antes de calentarla. Descubrieron que era por el hambre por lo que lloraba.
Los tres hombres lo miraban alucinados. Leeland habló.
- Tiene hambre...
- Sí, eso ha quedado claro – respondió Paul.
- No, no. Tiene hambre y llora. Llora porque tiene hambre, porque necesita comer. Porque no es feliz teniendo hambre.
El sonido de los coches interrumpió la conversación. Se asomaron sigilosamente a la ventana para ver tres vehículos parando frente a la pila de cadáveres. Una decena de hombres bajaron de los coches, la mitad armados con fusiles, y se acercaron a los muertos. Los rociaron de gasolina y los prendieron. Se quedaron allí, viendo cómo ardían todos ellos.
- ¿Quiénes son esa gente? ¿De dónde coño han salido? – preguntó Leeland.
- Cállate. Como el bebé vuelva a llorar la hemos cagado.
Paul le llevó al interior del cuarto y siguió dándole de comer. Fabien se sentó contra la pared y se puso las manos en la cara. Leeland se quedó viendo a los hombres de la calle. Cuando el olor se hizo insoportable tuvieron que volver a los coches e irse.


Comentarios

Hueto ha dicho que…
Es curioso como siempre acabamos reuniéndonos con gente que piensa o vive la vida de manera parecida a nosotros. Es como si lo oliésemos, y ese olor nos condujera hacia ellos...
El personaje del fotografo...es la tipica persona que defiende algo solamente porque nadie lo hace, por lástima...o de verdad opina que esa "felicidad" hace algun bien?? es la representacion de la indiferencia frente a la apatia??
Por cierto, la carta inicial me encanta...creo que es la carta que nunca escribi...
1 Abrazo

P.D.: Estoy consiguiendo lo de Sandman, ya te contare ;)

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