Antenas al cielo

Recuerdo el día. Todos lo recordaríais si lo hubierais vivido, o si lo pudierais recordar.

Recuerdo que salía de casa de unos amigos a las doce de la noche, después de haber estado hablando y bebiendo. Habían llegado unos paquetes el día anterior, y entre comida, ropa y otras necesidades encontramos la más básica: vozka. En Savissivik, el asentamiento que, por aquel entonces, contaba con unas 70 personas, no duraba mucho el alcohol y nos resultaba difícil pagarlo. No hay mucho con lo que comerciar en una zona helada de Groenlandia.

Recuerdo que, al salir, el cielo estaba ardiendo. Una aurora polar bombardeaba enormes ondas rojizas con el movimiento caótico de las llamas. Llenaba el cielo de luz, arrojando finos haces púrpuras que fustigaban el hielo. Los marinos piensan que el océano es eterno, pero no entienden el significado de eternidad hasta que llegan al hielo.


Aquella luz, creada en el cielo y reflejada en la tierra, fue la más potente que pude ver durante un año entero. Y fijé mi vista en ella, sin poder pensar en otra cosa, como si pudiera ver los carros, las batallas, las inmensas figuras celestiales y todo lo que ocurría allí realmente. Pero no era así, simplemente me tocó. Por eso cuento yo la historia. Por eso y porque soy el único que sobrevivió.



Uno de aquellos hilos de luz morada se desprendió realmente del cielo, quedando sujeto en uno de sus extremos al resto de luz, mientras el otro extremo chocaba con el suelo, soltando pequeñas estrellas. Y como sucede siempre que tienes dos extremos de una cuerda sujetos horizontalmente y sueltas uno... empezó el balanceo, y cuanto más se acercaba mayores eran los fogonazos mientras arrasaba el hielo, acercándose inevitablemente hacia mí. Hasta que me alcanzó.

Cuando una brizna de aurora entra en contacto con tu cuerpo (algo que no es muy común, y seguramente sea de las pocas personas que pueden contar qué se siente) duele. No es como si te electrocutaras, o como si te rompieran todos los huesos del cuerpo al mismo tiempo. El dolor es como el de una jeringuilla abriéndose camino en tu cuerpo y, curiosamente, no lo sientes en todo el cuerpo, sólo en una pequeña porción del mismo, pero como si fueran varios millones de jeringuillas en un mismo punto.

Caí al suelo.

El haz perdido continuó su camino hasta volver al resto de la aurora y, como si alguien hubiera decidido recogerla, no volvió a bajar.

Tenía la mente desenfocada, borrosa. Sabía qué día era, qué había hecho, quién era y cuál era mi color favorito. No sufría ningún tipo de conmoción. Sencillamente no podía concentrar mi mente... no en qué, sino en cuándo y dónde, o más bien en la mezcla de los dos. Sabía que estaba tumbado sobre la nieve, que acababa de ocurrirme algo tan improbable como sobrevivir en el espacio con un traje de baño, pero esa imagen se combinaba en mi percepción. Sabía también que estaba de rodillas, y que Naja, la dueña de la casa de la que acababa de salir, gran amiga mía, me estaba llamando y preguntando si estaba bien, y un meteorito del tamaño de una piedra caía en su cabeza y la convertía en una masa inerte. Y sabía también que era un meteorito porque estaba agachando mirándolo, con el cuerpo de Naja a mi lado, sin cabeza, y cuando vives en un poblado que se llama Savissivik aprendes algo sobre los meteoritos.

- ¡Jaaka! - me llamaban. Me encontraba tumbado en el hielo, sin rastro de aquellos otros lugares y tiempos. Me incorporé hasta ponerme de rodillas y entendí lo que iba a pasar a continuación. Giré la cabeza siguiendo la voz, mientras ésta continuaba hablándome -. ¿Estás bien?

Era Naja, y un meteorito atravesó su cabeza, la cabeza de una gran amiga, de uno de los setenta contactos que tenía con otros humanos, y uno de los que más quería.

Su cuerpo cayó sin fuerza sobre la mezcolanza que se había formado su cabeza. Aunque ya sabía qué había pasado me acerqué hasta allí, buscando el meteorito, y lo encontré. Como una piedra.

Otra vez mi cabeza se llenó de un fango caótico, de otras situaciones que no eran la continuación lógica de la que me encontraba. El resto de mis amigos saliendo para ver qué había ocurrido y seis docenas de pequeños meteoros reventándoles las cabezas a todos los habitantes de Savissivik, incluso a mí.

Cuando volví a poder concentrarme en el momento actual, antes de que se abriera otra vez la puerta de la casa, mi instinto me controló. No fue un instinto altruista que me hiciera lanzarme para salvar la vida de mis amigos, sino el más básico e innato instinto de supervivencia, que me hizo apartarme de donde estaba. La puerta se abrió y cayeron los meteoritos, y uno cayó justo donde debería haber estado yo.

Me escondí bajo las escaleras, y no pensé en que se habían muerto las únicas personas que conocía y que me conocían. En vez de eso pensé en las consecuencias que podía tener mi acción, en las palabras que había explicado Ian Malcom en Parque Jurásico. Si el batir de las alas de una mariposa podía crear una tormenta en el otro extremo del mundo, ¿qué podía provocar que no hubiera muerto cuando debía? Quizá había condenado a la humanidad, o al planeta.

El grito de un águila amplificado unos cuantos millones de veces me alejó de aquellos pensamientos. Me asomé, temiendo aun que la muerte me esperara, cuando una gran luz estalló en el cielo, como si el sol hubiera entrado en la tierra y se hubiera consumido en un instante. Atravesando aquella luz un cuerpo se acercaba hacia la tierra. No hacia mí, pero tampoco demasiado lejos. El cuerpo cada vez era más grande y la luz cada vez más pequeña, y no lograba percibir si el cuerpo ocultaba la luz o si la estaba consumiendo.

No hizo ruido al chocar, ni un solo crack o pum. Únicamente chocó, destrozó todo Savissivik, abrió una grieta de cientos de metros en el hielo y se quedó ahí, mientras poco a poco, muy lentamente, se iba hundiendo. Pero no hubo más ruido que mi grito.

El tamaño del águila que acababa de estrellarse en mi vida era inconmensurable. Cada una de las pequeñas plumas doradas que cubrían su cuerpo en el extremo de la pata, casi en las pezuñas, era varias veces yo. Las plumas del ala, que terminaba cerca de donde estaba yo, eran como una casa en llamas; roja, como si hubieran incendiado una burbuja con forma de pluma. El total podía ser tan grande como Luxemburgo.

Cada vez que recuerdo esta parte de la historia me avergüenzo. Toda mi vida había sido derruida, había visto cómo unos pedruscos habían matado a mis únicos amigos y a toda la gente de Savissivik, y sin embargo no pensé en ellos. No pensé en lo qué les había pasado a ellos. Sólo en mí, en que mi vida se había ido a la mierda, y en que ya no tenía trabajo, ni dinero. ¿Cómo iba a encontrar mi casa cuando esa rapaz ciclópea la había aplastado? Si no hubiera recordado las dos construcciones que había a unos kilómetros de allí habría muerto congelado o hambriento.

Mientras andaba hasta el lugar la aurora boreal continuaba dibujando formas en el cielo nocturno. Garabatos de un niño artista, aburrido durante una clase de historia, viajando por su mente al espacio y abordando naves en las fronteras siderales. Fortísimos vientos que azotaban los dibujos, ardientes llamas salpicando las estrellas, águilas colosales que aparecían y desaparecían. Más adelante supe quiénes eran aquellas leyendas.

Aquello fue lo que sucedió realmente el 15 de septiembre del 2000. Terminé el día montado en un Jeep Grand Cherokee, cargado de gasolina, comida y alcohol, intentando encontrar otro lugar. Intentando huir de Savissivik.

Durante nueve meses recorrí Groenlandia. Dundas, Thule, Upermavik, Umanak, Egedesminde, Nanortalik, Angmagssalik, Danborg, Nord... Hasta la capital, Nuuk. La lluvia de meteoritos había aniquilado toda la población de la isla. No perdí la fe en que fuera un hecho aislado; saqueaba lo que podía y continuaba buscando... sin saber qué buscaba.

Esos nueve meses estuvieron marcados por la oscuridad. No volvió a salir el sol y el tiempo parecía no pasar, si no fuera por la velocidad del Jeep. El cielo negro, el hielo oscuro y unas ondas paralelas de verde o rojo. En eso se había convertido Groenlandia, y tenía que salir de ahí.

Dirigí el coche de nuevo al norte, hasta la estrecha frontera con Canadá, y crucé en una de las lanchas de pesca hasta Ellesmere Island. Bordeándola, parando en cada puerto para recargar gasolina y comida, continuando el viaje. De allí hasta Devon Island, a Baffin Island, y por fin a la parte continental de Nunavut.

En todos los pueblos que encontré sólo había cadáveres pútridos.

Desde el 15 de septiembre había tenido más ataques de lo que decidí llamar precognición. No entendía bien su funcionamiento; no sabía si servían para guiarme o para mostrarme el futuro. No tenía sentido que sólo fueran una muestra del futuro, pues en el mismo momento en el que conocía lo que iba a pasar las condiciones originales cambiaban y podía cambiarlo, aunque pocas veces lo hacía. Sencillamente me dejaba guiar, y aunque tenía pensado ir hacía los Estados Unidos una de esas visiones me mostró dirigiéndome hacia el oeste, adentrándome en Canadá.

Nunca había salido del hielo de la gran isla. No conocía la tierra, los árboles y los animales más que por las películas, y todo se parecía más a las de terror. Me sentía seguro en el coche, pero cuando tenía que salir de él todo se transformaba; ojos rojos en la oscuridad, luces siniestras por encima de las copas de los árboles.

Prácticamente pasé tres meses dentro del coche, buscando algo que no conocía en un territorio desconocido. Me sentía como Charlton Heston en El último hombre vivo, sin poder hablar con nadie más que conmigo mismo, y aun así no había perdido la esperanza.

Fue el 14 de septiembre de 2001 cuando llegué a mi destino: una reserva india. La encontré sin necesidad de la precognición; quizá el hecho de seguir en Canadá en vez de ir a tierras yanquis me había llevado irremediablemente hasta allí. Y vi lo que estaba esperando, vi a un indio.

Se encontraba en la cima de una roca, iluminada a la luz de los faros, viendo cómo llegaba hasta él. No tuvo que explicarme nada directamente, sino que vi cómo le hablaría y cómo me diría que él me había guiado hasta allí, que él me había inducido en esas visiones del futuro. Fui directamente al resto de preguntas que llevaban un año necesitando respuesta.

- ¿Qué hago aquí?

- Lo sabes.

- Pero... ¿por qué estoy vivo?

- Fue casualidad que fueras tú. Alguien debía ser.

- ¿Qué ha pasado?

- Los dioses luchan.

- ¿Dioses? ¿Qué dioses? ¿Por qué luchan?

- Los dioses abenaki. Hay muchos dioses, pero ellos luchan. El resto no hace nada, sólo miran.

- ¿Y por qué luchan?

- Porque a Ask-wee-da-eed no le gustan los humanos.

- ¿Quién es ese?

- Él es el fuego, y él lanzó las piedras.

- ¿Y el águila que vi cayendo?

- Kee-zos-en, el dios sol. La luz de la Tierra. Con su caída ya no habrá nunca más luz. Los wassan-mon-ganeehla-ak siguen su juego con la pelota de luz que les dio Kee-zos-en, y gracias a ellos tenemos luz.

- ¿Quiénes...? - señaló arriba -. La aurora boreal. ¿Ellos hacen eso?

- Sí. Ko-gok intenta comerles, pero Namon-keea-po-da les defiende. Los dioses-águila Wad-zoos-en, P-son-en y P-mol-a luchan contra Ask-wee-da-eed, pero con el fuego están los monstruos Dzee-dzee-bon-da y Lo-lol, y el gigante de los bosques Kee-wakw. Los dioses-águila no pueden ganar.

- No te entiendo. No entiendo nada de lo que estás diciendo. ¿Por qué no pueden ganar? Son los buenos, ¿no?

- Son una fuerza. Ask-wee-da-eed es otra fuerza. Quién es malo y quién bueno no lo sé.

- Pero eres humano. Querrás vivir, ¿no? Las águilas nos están defendiendo, y si pierden moriremos. Ellos son los buenos.

- ¿Qué importa que sean buenos?

- No lo sé... pero tienen que ganar... ¿Somos los únicos que quedamos, los únicos humanos?

- No.

- ¿Cuántos quedan?

- Pocos. Aquí algunos, y en África y Australia. Y algunos en las tierras al oeste del océano.

- Pero, ¿cómo hemos sobrevivido?

- Hay más dioses. Han ayudado, nos han dado formas de hacerlo.

- Entonces, ¿podemos ayudar a las águilas?

- Ven.

Bajó de la roca y me guió por el bosque. Yo no veía nada, aunque él parecía caminar a plena luz del sol. Tenía que ir agarrado a él como un niño pequeño. Me llevó hasta un descampado donde la aurora brillaba con fuerza, lo suficiente como para ver aquellas formas, aquellas antenas que surgían de la tierra. Pináculos que se extendían decenas de metros hacia el cielo y hombres en la base que parecían haber estado trabajando en ellos.

- ¿Qué es eso?

- Lo sabes.

- ¿Son antenas?

- Sí.

- ¿Y para qué sirven? ¿Qué vais a hacer con ellas?

- Nosotros no haremos nada, sólo las hemos creado. Son antenas que unen la tierra y el cielo. Hay dioses, pero los dioses no son nada sin la tierra, y la tierra sabe más que ellos. La tierra les hablará y les juzgará.

- ¿La tierra es algo así como Alá o Jesucristo?

- La tierra no es un dios. La tierra es la tierra.

- ¿Y está viva?

- No tiene corazón, ni cerebro, ni come, pero está viva. Quizá es la propia vida.

- Pero, ¿qué hago yo aquí entonces? No puedo ayudar.

- Tu vida, Jaaka Lund, es un misterio para mí, pero estás aquí por algo. Siéntate y espera. Va a empezar.

No me dio tiempo a hacerlo. Aquellas antenas se iluminaron con más fuerza aun que la aurora y la luz se extendió por el firmamento. Me sentía como si estuviera dentro de la Biblia, asombrado ante aquel milagro, aunque no sabía qué estaba pasando, qué pasaba con los dioses y las batallas, o si estaba alucinando. La luz era vida, era el reflejo de un rayo de sol en una gota de agua de rocío sobre una brizna de hierba. Estaba despertando. Quizá la tierra tuviera milenios de existencia, pero parecía joven todavía, con aquella luz. Aquella maravilla.

No se extinguió, sino que se fundió con el cielo y se aglomeró poco a poco en un punto. Una luz tan intensa que se convirtió en el sol, y de nuevo era de día, y todos los humanos que mirábamos en un descampado canadiense quedamos cegados ante su luz, después de un año sin ella.

Al abrir de nuevo los ojos no estaba en Canadá. O quizá seguía allí, pero en otro plano donde sólo había luz. El indio estaba conmigo.

- ¿Qué ha pasado?

- La tierra ha juzgado.

- ¿Y quién ha ganado?

- Nadie. Pero tu pregunta no era esa. Tu pregunta era “¿qué va a pasar ahora?” Ahora todo volverá a ser como era hace un año.

- ¿Como si no hubiera pasado nada?

- No, habrá pasado algo. Tú y yo no seremos vistos nunca más.

- ¿Qué?

- Seremos espíritus.

- ¿Ese es nuestro premio? No puede ser, hemos ayudado a salvar el planeta.

- Tú no has hecho nada, Jaaka Lund, ni yo tampoco. La tierra ha juzgado y ha decidido. Tú y yo no podemos hacer otra cosa. Tendrás que vivir sirviendo a la tierra hasta el final de su vida, siendo sus ojos... y su corazón.

- ¿El corazón de la tierra?

- La tierra es un planeta, y un planeta no tiene corazón, pero tiene vida. Necesita la vida, y cuanta más diversidad más vivo estará. Tú y yo seremos parte de ella, y tu corazón, tu cuerpo físico con todas sus características serán parte de la tierra. Y tus pensamientos y tu vida servirán para que sea más grande. No menosprecies tu trabajo a partir de ahora.

- ¿No puedo despedirme de la gente que conozco?

- No.

- ¿Y el tiempo retrocederá?

- No, sólo los indicadores del tiempo. Los seres vivos seguirán vivos, pero no sabrán qué ha pasado. Para ellos nada ha ocurrido. Sigue sin haber dioses para la mayoría, sigue sin estar viva la tierra y el sol no ha caído. El mundo continúa existiendo en una capa para ellos, en una dimensión, en una realidad, y lo que es, es, y lo que no es, no es. Esto no será para ellos, pero nosotros sabremos que sí es. Vamos, Jaaka Lund.

Comentarios

Hueto ha dicho que…
whoah....hacia tiempo que no pillaba un relato corto para leer mas de 2 veces...
muy bueno. no trato de interpretar, pero es una manera de expresar la cantidad de cosas enormes e importantes que suceden a nuestro alrededor, con bastante mas relevancia que nuestros problemas del dia a dia, q un comercio de vodka clandestino...y de las que no somos nunca conscientes. Suceden sin que nosotros las conozcamos, y posiblemente dirigan nuestra vida. Tienen "daños colaterales" que no conocemos, pero la vida(la nuestra) sigue sin prestarles demasiada atencion.
1 saludo!!

p.d.:no pretendo darmelas de sabiondo, hoy tokaba comment largo, y el relato de rupo me ha llegado,os jodeis...xD

p.d.2: como lograste barajar tal cantidad de nombres indios!!!???
Nacho ha dicho que…
Un apocalipsis cada 10 segundos en nuestra vida? Mola! Esto es lo primero que he pensado. La gente solo ve lo que quiere ver (obviamente me incluyo) y este relato es explotar esta idea hasta el máximo grado. La teoría del caos de Malcomn "Una mariposa bate las alas en pekin..."
Me gusta me gusta! Pero me gustaría saber más sobre el cometido del indio y su compañero "tocado" por la aurora Boreal xD


PD para hueto: Es facil: coge consonantes (a ser posible repitiendose entre ellas) y juntalas con alguna que otra vocal, separa alguan sílaba con guiones y un perfecto nombre indio! xD es coña.
Roberto Miquel ha dicho que…
xD
Son nombres de dioses indios de verdad, de la tribu abenaki. Y cómo... Internet =D
Roberto Miquel ha dicho que…
Joder, quería ponerlo también.
Además a mí los dioses y las mitologías siempre me han fascinado, y tengo bastante información sobre ellas (todo lo que pillo).
Estoy preparando (a largo plazo; tengo otros proyectos largos que tienen prioridad) una novela en la que juntaré a la gran mayoría de dioses de la gran mayoría de mitologías, pero para esa necesito muchíiiiisima información

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