La pulsera Cap. 6: Melancolía


- Perdóneme señor, ya hemos llegado...

Una amable señorita; vestida y pintada como las veinte de sus compañeras con cara de alivio tras llegada; despertó a Daniel, que había dejado su cabeza apollada sobre el cristal de la ventanilla. Se limpió la cara, recogió su iPod y su maletín con la guitarra y con la cara de un papel en blanco. Bajó cuidadosamente las escaleras del vagón y depositó sus pies sobre el suelo lleno de colillas de cigarro-últimominuto de la estación de Barcelona. Aqui estaba, empezando de nuevo.



Después de inspeccionar visualmente la estación comenzó a andar. Recogió su ticket de maleta perdida y no le dió más importancia que la que no sabía darle. Buscó en su bolsillo el número del "contacto" que le iba a proporcionar una cama y un primer trabajo y en la primera cabina lo marcó.

- ¿Si?
- Hola buenas tardes. Soy Daniel. Me han dado este número. Me dijeron que preguntase por un sitio donde dormir.
- Daniel, ¿no me reconoces?
- Disculpeme... Creo que no...
- Soy Soledad, la madre de Ainara.

Un vuelco en el corazón de Daniel provoco que la presión sanguinea no fuese suficiente y el auricular chocase con todas las paredes de la cabina antes de quedar colgando del cable. Una situación cómica que Daniel solucionó rapidamente cogiendo de nuevo el telefono y balbuceando:

- ¿Qué? Perdoneme, no he escuchado bien...
- Si, lo has hecho. ¿Cómo te va chaval? ¿Sigues tan revoltoso? ¿Y tu padre?- ¿Y su padre? ¿Que habrá sido de él?.- Hace tanto de esos buenos tiempos...
- Soledad, ¿cómo?...¿cómo has conseguido mi dirección?, ¿cómo he llegado hasta aquí?
- Muy facil Daniel. ¿Quién podría haberte dado esa carta, sino yo? Estoy al tanto de tu pulsera, de tu necesidad de trabajo. De tu música...De toda la información que he podido recolectar en un par de meses.
- ¿Pero, por qué?
- Siempre supe que eras un buen chaval. Además, me dió por ahi, ¿no?- una tímida risa que sonó a melancolía, se escapó del auricular.- Recuerdo cuando eras un crio que te comias el mundo con tus colegas y venias a casa a escondidas a verla a ella...¿Lo recuerdas tu Daniel?

Claro que lo recordaba... Todas las noches, todos los días... Todas las lágrimas y todas las sonrisas eran recuerdos de esa vida... Daniel sonrió a la nada y dijo:

- Lo había olvidado...
- Tambíen recuedo lo tramposo que eras... Mira, no te preocupes. En la calle Nápols hay una pequeña tiendecilla de regalos. Di que vas de mi parte. Tienen la llave del piso de arriba. Puedes dormir ahí. Te llamaré mañana por la mañana. Un abrazo niño.

Y se colgó. Daniel tardó unos 5 segundos en despegarse el auricular de la oreja y como una hora la cara de bobo. Tomó el metro hasta la estación del Arco del Triunfo y tras un par de vueltas por calles equivocadas llegó. Localizó la tienda nada más entrar en la calle. Pese a ser pequeña, era muy peculiar. Entró y se quedó alucinado con la cantidad de juguetes antiguos, papel de Charol decorando las paredes, esculturas con más color que arcilla y la poca gente que había dentro. Un niño se percató de su presencia y fue corriendo hacia la trastienda. Y de ahí salió un hombre que rozaba los 50 con bigote, un delantal y cara de buena gente. Se secaba las manos con un pañuelo más sucio que seco. Y se presentó:

- Hola, ¿qué quería?
- Buenas...- Dudó unos segundos, miro por los huecos que dejaban los juguetes antiguos en la ventana y tropezó:- ¿Noches? Disculpe mi tardanza, esta ciudad es diferente a la mia, me ha costado moverme.
- Eso no es por la ciudad, es por el corazón. Empezar de nuevo es duro... Supongo que es usted Daniel, ¿no?.
- Asi es, encantado. ¿Su nombre es...?
- Ramón. Y ese pequeñín que ha salido despavorido a buscarme es Juan, mi hijo. Le dije que si entraba alguien fuese a llamarme corriendo.
- ¿Y si fuese un cliente?
- ¿Bromea? No vendo videoconsolas. Los clientes son alicientes. Tengo esta tienda por vocación... Pero ya hablaremos de vocaciones tiendas y trabajos. Ahora, lo más importante. Sus llaves.

Rebuscó en un cajon del mostrador con cientos de pinochos de madera sentados en el borde, como en una grada observando la vida pasar.

- ¡Aquí está! Tome. Este será su hogar. Nosotros sus amigos y familia si lo desea. Esta noche, para empezar usted cena con nosotros...
- No quisiera ser molestia...
- ¡No diga tonterias! No lo es. Duchese, acomodese y baje al segundo piso- intuyó que él estaría en el tercero o más arriba.- Allí cenará y me contará que tal el viaje.
- Tengo que preguntarle: ¿Por qué tanta amabilidad?
- Todo es poco por Sol. ¡Y me ha comentado que usted es músico! Me encantaría charlar oyendo algunos discos que tengo. Le van a encantar...

Después de despedirse salió de la tienda pensando en la relación que pudiese tener este hombre con la madre de Ainara. Subió al tercer piso, número siete. Abrió la puerta y un apartamento pequeño pero acogedor, perfectamente recogido y organizado, le dio la bienvenida.
Dejó el maletín y se tumbó en la cama. Cerró los ojos y penso: la vida sigue como siguen las cosas que no tienen mucho sentido... O ninguno... Se puso a Joaquin Sabina y observó la vida de esta ciudad. Numero siete. ¿La calle? Un nombre demasiado extraño... Es la calle melancolía.

Comentarios

Neokrisys ha dicho que…
Primer!
Me encanta, no digo nada más

y bueno, el lavado de cara dl blog, que decir, mucho más cómodo...
Hueto ha dicho que…
q situacion...en ciudad ajena, y de repente te ponen todo eso delante. intriga es poco...
me gusta el detalle de la tienda de juguetes!! lugar melancolico, sitio propicio que te trae recuerdos de la infancia a base de pequeños detalles.
me ha dejao rayao lo de la madre eh?a ver q tienes preparao esta vez... xD

p.d.:olé sabina
Roberto Miquel ha dicho que…
Sabe a poco.
No quiero decir que no sea bueno, sino lo contrario.
Yo al menos me he enganchado.

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