Felicidad, parte 4

Estar en Ha-Shalshele le ponía enfermo. Aquella calle rezumaba judaísmo por cada edificio, cada tienda y cada milímetro de suelo. Esta era su ciudad, no la de los judíos. Y a nadie le importaba. Se la habían regalado. Les habían compensado lo que les hicieron unos pirados en Alemania robándonos nuestra tierra.
Ramala no significaba nada. No era capital de nada. Jerusalén era su capital, y esos apestosos judíos la seguían ensuciando, con sus amigos americanos. Y a ONU lo ignoraba, miraba a otro lado. Y la Autoridad Nacional Palestina seguía intentando hablar con esos ladrones. Seguían pensando que llevaría a algo. Pero sólo miraban, allí en las Naciones Unidas. Miraban, hablaban, pero no participaban en las decisiones. “Observadores” les llamaban. Sólo había una solución posible para acabar con la ocupación de Israel.



Los judíos podían pensar que eran el pueblo de Dios, pero les acababa de vender a sus enemigos. Mas’ud, el dios al que habían aceptado como su Dios. Estúpidos malnacidos. Pero era una señal para Palestina. Dios nunca había querido a los judíos allí, y les había enviado a ese falso portador de felicidad para que les aniquilara el alma. Ahora alguien tenía que aniquilar sus cuerpos.

Estando allí parado, Firdaus, con un rifle de asalto ruso AKM en la mano, sin intentar esconderlo, seguían pasando a su lado todo tipo de personas sonrientes sin mirar el arma.

- ¡Reíros ahora, hijos de puta!

Alzó el rifle mientras los transeúntes se giraban para verle. Parecía un espectáculo. Parecía que Ha-Shalshele se hubiera trasladado a Venecia. Padres con sus hijos de la mano, sonriendo. Parejas abrazadas, sonriendo. Ejecutivos mirando de reojo, sonriendo.

Y cuando las balas empezaron a atravesar sus cuerpos seguían sonriendo. Cuando una bala atravesó la cabeza de un niño pequeño, bañando a su madre de masa cerebral, durante menos de un segundo desapareció toda la felicidad del rostro de la mujer. Pero volvió, casi inmediatamente. Volvió a ser feliz; esta vez viendo el agujero craneal de su hijo.

Firdaus recargó y siguió disparando, hasta que no quedó nadie de pie. Y les a vio a todos, tendidos con una sonrisa en sus caras. Les estaba matando. Estaba purgando la ciudad santa de Jerusalén de sucios judíos, y ellos le tomaban en broma.

Mientras remataba a los que se arrastraban para seguir haciendo lo que estuvieran haciendo les gritaba.

- ¡Palestina no os quiere! ¡Soy el enviado de Palestina! ¡Soy Palestina! ¡No quiero vuestra asquerosa sangre manchando mi ciudad! ¡Volved con quienes os quieran! ¡Volved con vuestros amigos yanquis!

George Walker Bush, 42º presidente de los Estados Unidos de América, dos veces gobernador del estado de Texas, antiguo manager de los Texas Rangers, había decidido volver a beber, después de 20 años. No quiere decir que no hubiera probado ninguna gota de alcohol en ese tiempo. Pero después de hablar con Billy Graham decidió no permitirse ceder nunca ante el alcohol, y lo había cumplido. Fue una muestra de carácter que le permitió mantenerse fuerte cuando las cosas iban mal. Cuando fue acusado de falsificar votos o de utilizar los sentimientos del pueblo americano para sus propósitos. Cuando todo el mundo se lanzó contra él, como si estuvieran en el colegio, burlándose de sus errores al hablar y de su pronunciación. Llegando a dudar de su coeficiente intelectual. Líderes del mundo como matones de parvulario.

Nunca había intentado manipular a nadie. Estaba seguro de que a él le habían manipulado, porque aunque no fuera un retrasado confiaba demasiado en su propia gente. Estaba seguro de ello. Pero él siempre se había movido por creencias. Férreas creencias. Creía en un mundo sin que el miedo constante a que te estrellaran un avión en la oficina te acompañara toda tu vida, un mundo seguro. Y se dedicó toda su vida política a ello. Él amaba América, y lo único que quería era proteger su país.

Para ello tuvo que tomar decisiones difíciles. Tuvo que provocar guerras, sabiendo lo que suponía eso para los civiles de los países que atacaba. Nunca entendieron su objetivo. Nunca vieron las cosas que hizo buenas. Sólo sabían quedarse con sus malas acciones. Se olvidaron de lo que hizo por la lucha contra el SIDA. Dieciséis mil millones de dólares destinados para la lucha contra el virus, más que el resto de países juntos. Nadie se acuerda de eso.

Y para colmo, ahora había perdido su país. Mas’ud era el terrorista más grande que había conocido América y el mundo. Cuando se le presentó casi se rió de él, y supuso que todos harían lo mismo. O al menos la mayoría. Claramente se equivocó. Su mujer y sus dos hijas. Su familia entera.

Así había vuelto a beber.

Pero aun así, aunque había incumplido la promesa que se hizo de no volver a beber, esa decisión que le mantuvo firme cuando lo necesitó, otra promesa surgía en su corazón.

Tenía que salvar los Estados Unidos. Tenía que salvar al pueblo al que pertenecía. No tenía ni idea de cómo hacerlo, pero estaba decidido a buscar la forma. Así dejó su hogar en Texas y se fue a buscar la respuesta en el país más grande sobre la Tierra.

- ¿Por qué le has cogido?

Leeland Trinder y Paul Russeld, junto a Fabien Chevalier, ven cómo se acercan a la costa francesa.

- No podíamos dejarle ahí. Aunque sea un gilipollas. ¿Entiendes algo de inglés, gilipollas?

- Bastante, gilipollas.

- No me tientes a tirarte al mar.

- Tranquilo, Leeland. ¿Cómo te llamas?

- Fabien.

- No me importa tu nombre, quiero saber por qué lo has hecho... Fabien.

- No lo sé... Tenía... Era una sensación extraña. No sabía qué hacer. Sólo quería que la gente reaccionara.

- ¿Y quién coño quieres que reaccione? ¿Nosotros? Quizá seamos los únicos en el planeta que no somos jodidamente felices y nos quieres matar.

- Yo no quería matar a nadie.

- ¿Y por qué cojones disparaste al piloto, retrasado?

- Leeland, cállate ya. Me llamo Paul.

Aun estando en una improvisada balsa de salvavidas de avión, Paul le dio la mano al francés. Después, Fabien, se echó a llorar.

- Lo siento. Lo siento.

- Joder...

- Tranquilo. Ya da igual. Leeland cree que esa gente que ha muerto hoy ya estaba muerta. No entiendo por qué le molesta tanto a él.

- ¡Porque me quería matar a mí también! ¡Está loco! ¡Joder!

- No quería matar a nadie...

- Vete a la mierda. Mira dónde estamos. A saber cuándo podemos volver a casa. Espero que no todos los aviones franceses tengan locos suicidas dentro.

- Ya nos preocuparemos por eso luego. Vamos a ver si conseguimos llegar a la costa primero.

- Lo siento...

Bao Giang y Hoa.

- Hoa. ¿Eres feliz?

Se habían conocido allí, en la provincia vietnamita de Kon Tum, y habían vivido allí desde que nacieron. Bao Giang había estado picoteando entre trabajos, en el campo y en la ciudad. Hoa siempre había sido profesora... o mejor dicho, desde hacía dos años. Ninguno de los dos llegaba a la treintena.

- Sí – respondió Hoa.

- ¿Puedes no serlo?

Hoa decidió convertirse en masud hacía tres semanas. Seguía viviendo con Bao, y seguía trabajando en la escuela, y seguía haciendo todo lo que hacía. Pero ya nunca discutían. Ni siquiera se reían... No como antes. Cuando ella se iba enfadada y al volver encontraba a Bao intentando cocinar. Lo había intentado muchas veces, pero nunca conseguía entender cómo se hacía. Era algo que a Hoa le parecía natural. Desde pequeña había aprendido a cocinar.

- No entiendo qué quieres decir.

En oposición a la felicidad constante de Hoa, Bao había incubado una profunda depresión. Normalmente se habría alegrado de que fuera feliz, pero, ¿qué supone una felicidad inagotable? ¿Qué importancia tiene si nunca puedes dejar de ser feliz? ¿No pierdes con ello la felicidad?

- Si te dejara... ¿llorarías?

- ¿A qué te refieres?

Bao había visto casos como el suyo en Kon Tum. Cambiaba el sexo de quien decidía quedarse con Mas’ud, pero eran iguales. Y todos acabaron con el suicidio de la otra persona. Nunca podría imaginar un funeral más triste que los que vio en esos momentos, sin nadie que llorara la muerte del difunto.

- ¿Vas a dejarme?

- ¿Llorarías si lo hiciera? ¿Serías infeliz?

- No lo sé. Ahora soy feliz.

Así que Bao decidió huir. No podría soportar mucho tiempo así sin suicidarse también. Y no quería hacerlo. Había decidido alejarse de Mas’ud para poder vivir todas las experiencias que pudiera, y eso incluía las malas también, y lo que te enseñaban esas experiencias. Nunca las había apreciado más que ahora.

- Yo lloraré por los dos.

La besó en la frente y se levantó.

- ¿Te vas?

- Sí.

- ¿Cuándo vas a volver?

- No creo que vuelva... Adiós.

Hoa se quedó sentada, viendo cómo el amor de su vida se iba de su hogar.

Comentarios

Neokrisys ha dicho que…
Buenas Rupo, tiene muy buena pinta, a ver si me lo leo esta noche.
Por cierto, te la he editado para que al entra sólo se vea un chacho y si se pincha en "Leer más se vea entera"

Un abrazo
Hueto ha dicho que…
Simplemente...Genial
Roberto Miquel ha dicho que…
Gracias por editarlo. Yo lo he intentado pero he sido totalmente incapaz...
Le mandé un mail a Bruce para que lo hiciera.
Nacho ha dicho que…
Enhorabuena Rupo, sencillamente genial. Mola lo de historias diferentes, como ya te había dicho. Pero ahora me gusta más xD

Sigue escribiendo!

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