historias histriónicas

Qué más dará la hora. Estás pedo, ciego, super borracho. Te cuesta coordinar tus movimientos, las piernas flojean y sientes que te vas a desvanecer cada vez que cruzas una esquina. Tu cuerpo está realizando un esfuerzo enorme. Todas tus células se encuentran en estado de alerta máximo, en una lucha sin cuartel que tiene como único objetivo tu supervivencia.

¿Has quedado atrapado en un bucle sin fin? Cada calle que atraviesas parece igual, minuto a minuto te cruzas con los mismos personajes. Les caracteriza su mirada indiferente y asqueada. ¿Qué te diferencia de ellos? Bien, supones que mientras para tí se hace imposible distinguir un rasgo de humanidad de entre su silueta, para ellos has de ser algo así como una nota discordante que revienta la armonía de una escala, una patada fuerte que revienta la boca de un subnormal con síndrome de Down, o una mancha de semen en el vestido rosa de una niña de unos seis años más o menos.
Sí, joder. Algo así has de simbolizar dentro de sus pensamientos, porque esa gente te mira como si valieras menos que cualquiera de ellos... con tanta repugnancia. E incluso con ansia. Ninguno de ellos puede evitar dirigirte la mirada. Te sienten, sí. Esos cabrones te miran y no pueden parar. Antes de perder la conciencia caes en la cuenta de un detalle en el que no habías reparado y que podría servir para explicar tu situación: La corrida del vestido debía pertenecer al padre de la niña. Y lo mejor de todo, tal vez tú seas el padre.


¿Estás muerto? No. ¿Acaso sientes lástima por ello? Tampoco. Ay cabrón, te estas volviendo un puto indolente. Al final va a ser cierto, tanto advertir sobre la alienación y proclamar día y noche la necesidad de la conciencia de clase para que tiempo después no llegues a ser más que otro peón del sistema desde el momento en el que comes su misma mierda, escuchas su misma mierda, ves su misma mierda y hasta hueles a su misma mierda. Ejemplo ilustrador: los perfumes con los que te impregnas, producidos en algúna fábrica tercermundista por alguna multinacional competente en esto de la globalización económica. 60 euros el frasco, pero te merecen la pena ya que a veces notas en la mirada de las chicas que al descubrir tu fragancia algo cambia en su interior, ¿o no es cierto? Cuándo ella te dice que el perfume que llevas puesto le recuerda a su padre o a un tío de no sé dónde, ahí puedes estar convencido de que tienes a la pequeña a punto de tragarse tu polla.
Freud era un neurótico medio cocaínomano consumido por sus obsesiones y celos. Por eso te cae bien, aunque también creas que es un hijo de puta por haber intentado explicar toda la conducta humana con palabrería, atreviéndose el muy perro a presentar una metodología adecuada al efecto: el terrible psicoanálisis. Cualquier cabroncete que piensa un poco y se ve capaz de discurrir una supuesta nueva línea de pensamiento es un valiente gilipollas. Y tú odias especialmente a aquellos que elaboran teorías sútiles, cobijadas en formulas matemáticas y abstracciones lógicas lo más complejas posibles. Esos son los peores. Resguardados en el método científico, los investigadores del mundo unidos pudren progresivamente nuestro cerebro, petrificándolo al grito de “¡¡Alabado sea nuestro señor el método científico, todopoderoso por encima de todo!!”. Estas son las oraciones que cientos de fieles de bata blanca predican desde sus púlpitos: sus mesas de laboratorio.

Pero volviendo a Freud, a pesar de tus diferencias con él compartes algo más que vicios. Aunque te cueste reconocerlo, no puedes dejar de encontrarte de acuerdo con el demente aquel respecto a que buscamos en nuestra pareja rasgos que en la infancia hemos mamado de nuestros padres.
En principio los hetero de su padre o madre, según sean del sexo opuesto. Pero los maricas, a tu entender, buscarán entonces recuerdos de sus padres, reminiscencias varoniles. Estoy convencido de que esa tribu urbana dentro del colectivo gay, la de los osos peludos, amantes del cuero, la obesidad en algunos casos mórbida y el vello por cuantas más partes mejor (obviando la barba o el bigote, que son fundamento indispensable de su clan), estaban enamorados profundamente de sus padres que con toda probabilidad eran rudos y vastos camioneros, machistas con una dedicada barriga cervecera. Seguro que ellos pegaban a sus mujeres, e incluso a sus hijos. Quiero decir, más de lo que es habitual en una familia modelo. Esto podría explicar el que muchos de ellos lleven un rollo demasiado sádico y se pasen el día con la fusta a la espalda, y sus dulces pezones carcomidos.

Y ya te encuentras divagando, como un jodido intelectual de esos a los que odias. Antes dabas lecciones, discutías, charlabas, reflexionabas, buscabas el diálogo, la confrontación diálectica.
La diálectica... Tesís, antitesís, sintesís. Así lo aprendí cuando me inculcaron unos supuestos ideales. Bazofia barata. Lo único que importa ahora es cómo conseguirás echar un polvo. Sin hablar y sin pagar, a ser posible.

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