La pulsera: Segunda etapa Cap.1

Nota del blog: Esta historia tiene una continuidad. Si no has leido las anteriores es posible que no te enteres de nada. Para poder acceder a los capítulos anteriores, a tu derecha tienes una barra de categorías. En ella encontraras el título de esta historia y si pinchas en ella verás todos sus capítulos. El orden es por novedad,, así que el último relato de esa categoría es el primero de esta historia. ¡Disfrútalos!
Seis horas más tarde la cama se resistía a transportar el sueño de Daniel. Con los ojos bañados en lágrimas, agarrado a la almohada miraba a través de la ventana el amanecer de Barcelona.
Se levantó torpemente y cogió con la punta de los dedos el paquete de fortuna que había encima de la mesilla. Encendió un cigarro. Tras la primera calada se restregó las manos en los ojos y soltó el humo mirando al suelo. No podía quitarse de la cabeza el sonido de la balas despeinándole. No podía apagar la imagen de Soledad desvaneciéndose. Se levantó y golpeo torpemente con el pie la botella de JB a medio empezar derramando todo el contenido sobre el suelo dejado un dulce olor a resaca por toda la habitación. Daniel observó la lamentable escena y continuó su camino. Se paró enfrente del espejo del baño. Abrió la puerta del armario-espejo y sacó un bote de aspirinas genéricas. Engulló tres y cerro el armario. Cuando volvió a ver su reflejo y se paró unos segundos. No estaba mirándose en el espejo. Era uno de esos momentos en los que, por inspiración, fijas un punto en tu infinito y piensas a una velocidad de vértigo. Recapacitas, lloras, ríes, sueñas, te emocionas y vuelves al mismo punto desde el que has partido. Desvías la mirada y sigues tu camino. Abrió el pequeño ropero de su habitación y se sentó en la cama.
Mirando las seis camisas, tres camisetas, dos vaqueros y un traje sintió que no sabía cómo acudir a la cita que le esperaba. Cogió la botella medio vacía de JB del suelo jugando con el precinto del cuello se decantó por el traje. Negro y de luto. Si, la ocasión lo merecía. Conocía a la difunta y hubo una época que podría haberla considerado la madre que nunca llego a conocer. Después, el tiempo lo cambia todo. Pasan los años, aumenta la madurez, crece la distancia y todo lo que un día era su vida, al día siguiente se convirtió en serrín.
Era hora de llamar a Ramón, sacarle de la cama y ayudarle a seguir con su vida. Tras la muerte de Soledad, Ramón había perdido toda la vitalidad. Se mantenía educadamente deprimido, sin molestar a nadie, sin exteriorizarlo lo más mínimamente intencionado. Eso creaba un cartel luminoso en su cara diciendo: He perdido mi mechero blanco. Daniel no sabía que era lo que unía a Ramón con Soledad, ni con Ainara. Se quedó mirando la puerta durante dos segundos, suspiró y giró el pomo.
- Ramón, ya estoy aquí ¿Estas preparado?
- No, no lo estoy señor Daniel… -Un rasgueo en su voz resaltaba la evidencia de que había pasado la noche sin dormir y bebiendo. Sin descansar y ahogado en sus lamentos.
Lejos quedaba la imagen de aquel Ramón que, risueño, le invitó a ese primer café caliente en un viaje tan frio. Aun más estaban las ilusiones de conocer esta ciudad llena de soledades.
Un año entero. Un año después del asesinato de Soledad, Daniel se había dedicado a malvivir recordando como sabían las copas, los excesos y las lágrimas. Había olvidado (con lo que eso cuesta) sus metas. Dejó aparcada la guitarra en un altillo que cada día ganaba en altura. Sus ideas no llegaban a ninguna parte. No escuchó música durante todo el año. Trabajó de camarero a tiempo parcial, dejando tiempo para llegar a casa y ver pasar las horas. Soledad había sido su confesora durante la infancia. Ella era la única que vio con buenos ojos a ese enano que le había robado el corazón a su hija. Ella veía a través de las miradas algo más que un romance. Ayudó a que su corta relación fuese perfecta y, ahora que volvía para recordar cómo se amaba, el destino había truncado su propósito sumergiéndole en lo que, hasta ahora, había sido la vida de una estrella de rock. Nunca supuso que también era la de un vagabundo que deambula en el insomnio buscando entre licores el sueño que le devuelva sus ojos sin ojeras.
Al entrar Ramón se colocó la camisa rápidamente intentando guardar la compostura y quemó el cuello con el cigarro. Rápidamente espolvoreó la ceniza incandescente evitando que terminase por convertir la camisa en tela para limpiar muebles. A grito de “joder” terminó por quemarse la mano y sentarse en la silla que hacía dos segundos había abandonado para ponerse la camisa. Miró a Daniel y con los ojos bañados en lágrimas dijo:
- No puedo Daniel.
Era la primera vez que le vio llorar y expresar sus sentimientos más allá de lo que la percepción humana es capaz de captar por sí sola.
- Venga, no se me ponga a llorar usted, señor Ramón. Es usted el ejemplo que yo debo seguir.
- Nunca me había ocurrido esto. Es la primera vez que me pasa.
- No tiene importancia. Le pasa a todo el mundo.
- No creí que a mí me ocurriese.
- No tiene importancia.
Levantó la mirada y, mientras analizaba la conversación ambos cambiaron las lágrimas por unas risas desenfrenadas que terminaron en más lágrimas, esta vez, de nervios.
- Daniel, Soledad es la madre de mi hijo.
Pese a que la noticia pareciese tan inesperada, Daniel llevaba un tiempo pensándolo. Así que con frialdad se acercó a Ramón, le cogió del hombro y este se echó a llorar. Daniel le abrazó y no dejó que la tristeza le embargase. Ahora le tocaba ser padre y apretar fuerte los brazos. Ramón agarraba con fuerza y ahogaba su grito en el hombro.
- Ojalá no la hubiese conocido nunca… Ojalá nunca tuviese que ir hoy al cementerio. Ojala nada de mi vida hubiese ocurrido.
- Ojalá tu hijo sea igual de luchador que su madre. Ojalá tenga sus ojos. Ojala sea tan educado como su padre. Ojalá sea capaz de llorar y de reír al mismo tiempo. Dios quiera que saque tus ganas de complacer a los demás. Dios quiera que no se parezca a su tío Daniel y más su madre y a su padre.
- Gracias Daniel…
- Venga, no me dé las gracias y póngase otra camisa. Vamos a ir a recordar...
De camino al cementerio Ramón miraba por la ventana las calles con cierta melancolía. Recuerdos que no querían escapar de su cabeza. Quizá allí conociese a Soledad, o tal vez fuese allí… En el fondo daba igual…
Llegaron al cementerio y caminaron en silencio hasta la lápida. Allí se arrodilló y puso el ramo de flores que compró a la entrada. Rozó con las yemas de los dedos la inscripción donde ponía Soledad, sin ningún apellido y se secó las lágrimas. Alzó la vista y su cara cambió completamente. Se quedó mirando la carretera, donde un coche estaba a punto de volver a tomar rumbo.
Entonces Daniel se encontró de frente con su silueta. Allí, mirando la escena desde lo lejos. Esperando formar parte de ella pero, quizá con miedo, desde lejos observaba a los dos desconocidos. Daniel sintió un escalofrío galopar por su espalda y, quizá debido a la borrachera del día anterior, le costó respirar (o quizá no). Ainara se puso de nuevo el velo y se metió en el coche, acompañado por un chofer con gabardina. Este se giró y dejó a la vista su gran nariz peculiar. Sonrió mirando a Daniel y un destello le cegó la vista durante un segundo. Se metió en el coche y zarpó como con prisa.
Daniel se sentó en el suelo y miró a Ramón. La cara de Ramón no se inmutó, como si se lo esperase. Su rostro le decía que escondía algún secreto. Secreto que no tardaría mas de una hora en saber.
Comentarios
Ke way q ayas vuelto a retomar de nuevo esta historia, ya se echaba de menos.
Me ha gustado mucho...¿ves como no has perdido el don ke tienes para esribir? si eres un crack hombre.. Y este relato demuestra que lo sigues siendo.
Sigue asi y no tardes tanto en volver a escribir.
Un besazo pekeño =)
MuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuaH!
ya te dije q no se habia perdido el flujo!!
creo q ademas de retomarlo le has vuelto a poner la mezcla de fortuna-ducados de la historia, y, cosa en la que no confiabas, le metiste el suspense! de aqui en adelante...es cosa tuya.
esto marcha señores, cuentame un cuento vueeeeeeelve de vacaciones.
yo soy mas lento que el resto...
1 abrazo ciervo!
p.d.: cuidado por el cementerio eh?jajaja
A mi me vendría de lujo...
Un abrazo
Espero que saltar un año sirva para explicar alguna cosilla, y un buen final. El capítulo era obligado, pero el final mantiene las ganas de leer más.
A ver qué haces en esta "segunda temporada" de La Pulsera.