Felicidad, parte 2
- Eh... eh... Ponme otra.
Hacía tiempo que no escuchaba quejas, insultos o suspiros de desprecio. Hacía tiempo que no dejaba de estar borracho. Se había quedado sin dinero a la tercera copa, pero durante cuatro días seguidos continuó pidiendo más y más, y después comida, sin abandonar el bar, durmiendo con la cabeza empotrada en la barra. ¿Cuánto duraría su suerte? Al camarero no parecía preocuparle la cuenta, que no dejaba de aumentar.
Los detalles de la vida de John Turner eran pequeños fragmentos diseminados en litros de alcohol. Recordaba una mujer. Recordaba un hijo, o quizá una hija. Recordaba un trabajo y unos amigos. Un bar... no este bar. Recordaba un coche y una tele. Y el cine. Recordaba que le encantaba ir al cine. Pero ya no le encantaba.
Y recordaba el whisky, el vozka, la cerveza, el tequila, el vino, el ron, el bourbon, la sidra, el aguamiel, el absenta, la ginebra, el orujo, la grappa, los cócteles y los chupitos, el champán, el brandy, el singani, la chicha, el tepache, la pinga. Y los pequeños cubitos de hielo.
Eso era su vida ahora. Eran sus amigos, su televisión, su chica y su trabajo.
Después de cuatro días bebiendo constantemente, dos cervezas un poco seguidas bastaron para desplomarle.
Concepción Montes, Cony, había pasado toda su vida en Nuevo Progreso. No era una de las ciudades más importantes de Tamaulipas, pero era su ciudad. Acogedora como un pueblo. Extraña como una gran ciudad.
Toda su vida había sido feliz, hasta que llegó la felicidad.
Adoraba su vida. Tan... perfecta para lo que quería. Tenía sus malos momentos, como cualquier adolescente, pero esos momentos servían para realzarse en los buenos. No se quejaba de ellos. Pero con Mas’ud en las mentes de toda la ciudad todo había cambiado. Aunque se podría decir que nada había cambiado, y ése era el problema.
Ella le dijo que no respetuosamente. Le dio las gracias por el ofrecimiento. Ya era feliz, ¿para qué le necesitaba? Y como venganza aquel dios le había destrozado su vida. ¿No quería cambio ese creído? Pues si para ser feliz tenía que cambiar, que moverse, que huir, lo haría. No iba a dejarse amargar por un barbudo incandescente.
Recogió cosas de su casa, cogió bastante dinero a sus padres y se fue, después de dejar unas notas en su cuarto para su familia, por si algún día recuperaban la cordura.
Hacia el norte. Hacia los Estados Unidos de América.
Leeland Trinder y Paul Russeld
- Paul, Paul. Escúchame.
Paul se encontraba en la treintena. Tenía el pelo negro y le gustaba vestir de forma elegante.
- Estás diciendo que el efecto que ha producido Mas’ud ha sido beneficioso para la humanidad. ¿Cómo quieres que te escuche?
Leeland tenía la misma edad. Fueron compañeros de clase durante varios años, y nunca dejaron de tener contacto. Contraponiéndose al estilo de su amigo, Leeland no se preocupaba por cómo vestirse. Llevaba jerséis y vaqueros. Siempre. No vivía nunca en sitios demasiado cálidos, así que en verano siempre podía ponerse un jersey fino.
- Sí, sí. Escúchame. La humanidad estaba estancada, pudriéndose. Cada día moría muchísima gente, pero no la suficiente como para que la sobrepoblación dejara de ser un problema.
- ¿Y ha cambiado algo ahora?
- No inmediatamente. Pero ya se pueden ver los efectos, y se pueden deducir con mucho acierto los siguientes. Todo el mundo es feliz con lo que estuviera haciendo antes. El problema es qué pasará después. ¿Cuántas familias crees que quedarán con la intención de tener el máximo número de hijos posibles? Al fin y al cabo, Mas’ud ha sido una solución pacífica para un problema que no tenía solución pacífica.
- No comprendo por qué le defiendes. De verdad. No puedo entenderlo.
- No le defiendo. El tío es un cabrón. Pero hay que ver la parte positiva. Es una nueva oportunidad para los que quedemos, teniendo fe en que no sólo seamos nosotros dos.
- Dos snobs yanquis que pasan su fin de semana en París.
Paul y Leeland eran músicos. Antes de la llegada del dios habían arrasado en las listas de Inglaterra con su disco Digital Radioactive Seagulls. En EE.UU. no consiguieron gran aceptación. El grupo se disolvió cuando los otros tres componentes decidieron ser felices.
- De todas formas, ¿cuál es tu precioso milagro? ¿Volver a la edad de piedra?
- Por favor, Paul. La gente que sobrevivamos no vamos a ser precisamente estúpidos. Seguro que quedan científicos que consiguen estabilizar la caída tecnológica que se producirá en poco tiempo. Y piénsalo, con la poca gente que quedaremos el dinero dejará de ser importante. Lo tendremos. Tendremos todo lo que quede. Tendremos lo que queramos, y con ello podremos empezar de nuevo, habiendo aprendido algo.
- Creo que eres demasiado optimista. ¿Y si los bebés que nacen se vuelven masuds instantáneamente?
- Entonces nos iremos a tomar por culo todos. Pero no creo que a Mas’ud le convenga que muera la humanidad. Dejaría de tener su dosis de rezos.
- Suponiendo que entiendes a un dios.
- Ya lo verás, Paul. Te apuesto el futuro de la humanidad a que de aquí sale algo bueno.
- Vamos a coger el avión. Invito yo.
Mientras Paul y Leeland se levantaban para recoger la televisión emitió unos sonidos de pelea.
En la pantalla se veía a una periodista golpeando con bates al presentador y dirigiéndose al público.
- ¡Jodidos estúpidos! Os han drogado, ¿no lo veis? Estáis muriendo por conseguir nada. ¡Despertad estúpidos!
Comentarios
hay lugar para ella?
en la realidad, no tenemos dioses que prometen la felicidad, pero la decadencia de la que hablas y la indiferencia si que estan presentes...
x cierto, ¿el petroleo de algeciras no es contaminante o que?
1 saludo rupo, encantao de volver a leerte ;)