La pulsera Cap. 2: El mercenario de acordes

Nota del blog: Esta historia tiene una continuidad. Si no has leido las anteriores es posible que no te enteres de nada. Para poder acceder a los capítulos anteriores, a tu derecha tienes una barrra de categorías. En ella encontraras el título de esta historia y si pinchas en ella verás todos sus capítulos. El orden es por novedad,, así que el último relato de esa categoria es el primero de esta historia. ¡Disfrútalos!

-No Jack. Por última vez, no voy a tocar en ese disco.

-Vamos Dan-¿Dan?, Daniel odiaba que le llamase Dan…Sonaba a “quiero-ser-tu-coleguita-pero-en-realidad-te-la-estoy-clavando”. Además, parecía aún más falso por teléfono.- Sabes que lo hago por tu bien…

- ¿Por mi bien? ¡Ese grupo es la decadencia de la música! Nunca sacaron un solo tema que valiese la pena. Son unos cantamañanas. O mejor aún, unos “singingmornings”, como diría el capullo del cantante. Son una panda de niñatos. No voy a grabar nada que no sea insultos hacia su música.

- Pagan muy bien, Dan. Plantéalo de este modo: Si lo haces, serás famoso y podrás grabar ese disco tan merecido que te debe AlterEgo…- Jack sabía dar en su fibra sensible y esa última frase hizo que esbozase una sonrisa de dulce soñador en su cara…

Un disco…Su propio disco… A sus 25 años solo podía ser el “sustituto-por-carencia-de-talento” que ni siquiera nombran en el librillo del CD. Tantos años con las seis cuerdas y todavía no se le llamaba guitarrista. Era un simple mercenario. Daniel sabía que la principal razón de ello era que se negaba a formar parte de eso que ahora llaman “pop-alternativo” o, como le gustaba llamar a él, la sacarina de Platero. La incultura musical en España es tan grande…

- No pienso sustituir a un difunto guitarrista que no sabe tener control con lo que toma en su, demasiado amplio, tiempo libre. - Realmente no estaba muerto, solo que el LSD le había jugado una mala pasada esa noche. Este engendro de la música había perdido su mano derecha al intentar agarrar una cadena que se enredó en el alambrado de la finca de la que escapar tras una noche de juerga. El muy idiota pegó un tirón y se rompió el dedo. Le pareció tan graciosa la situación que decidió volver a saltar. Y bueno, a la segunda va la vencida. – Si no sabe drogarse, que no lo haga.

- Venga Dan, este es el verdadero momento de subirte a ese tren del que te he estado hablando tanto tiempo. Me conoces. Yo no te mentiría.

Obviamente hasta eso era mentira. Jack le había mentido desde que se hicieron socios. El acuerdo que firmó Daniel no era, ni mucho menos, el que Jack realmente le ofrecía. Esa era la principal razón de que Daniel no subiese de verdad. Si Daniel no se hacía famoso Jack seguiría siendo el manager. Seguiría “chupando del bote” de su mala suerte. Pero Daniel sabía que no podía hacer nada. Sin él estaría aún más perdido, y de algún modo tenía que pagarse la comida del chino todos lo días.

- Jack, déjame que lo piense. Reviso sus anteriores discos y te digo mañana, ¿vale?

- Bueno, pero por favor, se un poco listo. Esto nos va a hacer inmensamente ricos.

- Vale, lo tendré en cuenta.

Colgó el teléfono y dijo: “te harás inmensamente rico tú, maldito ladrón hijo de puta”. Esta declaración de amistad solo la oyó él y su mesilla de noche que, tras varios meses sin limpiar, albergaba un sinfín de trastos tan inútiles como interesantes. Se tumbó en la cama y se quedó mirando el póster de Jimmy Page que colgaba en el techo de su cuarto de cuatro metros cuadrados. “¡Que justa es la vida!” pensaba. Él nunca había sido ambicioso, más bien conformista, en lo que a dinero se refiere. Por eso no le preocupaba tanto ni su casa, ni su coche, ni sus pintas ni su descuido en lo que a estética se refiere. Pese a todo, era resultón. Se había dejado el pelo largo y lo llevaba agarrado con una coleta, pero dos mechones siempre asomaban por su frente. Tenía una manera poco exitosa de peinarse así que se dejaba la coleta todo el rato. Vestía siempre con vaqueros y camiseta de alguna promoción de él último disco en el que acabase de colaborar y, como siempre se la daban mal de talla, le hacía parecer aun más escuálido de lo que en realidad era. Tenía un tatuaje en el antebrazo izquierdo en el que una pluma se convertía en un pentagrama. Se lo hizo cuando era un poco más joven y algunas mañanas (normalmente las de resaca) se cagaba en todos los muertos del tatuador por dejarle hacerse esa idiotez cuando era tan solo un crío.

En cuestión de mujeres el se definía como “una antitesis a lo que te guste”. Esta misma frase la había usado varias veces cuando alguna chica se le había acercado para hablar con él sin más propósito que pasar un rato divertido y flirtear un poco. Por alguna extraña razón no soportaba la hipocresía que supone ligar con cualquiera. Se sentía estúpido. Desde Ainara no se había fijado en nadie más y, si bien no era virgen porque ha tenido demasiadas borracheras, no mantenía ninguna relación que no fuese comercial o callejera con ninguna persona del sexo opuesto. Y con estas contestaciones se acercaba bastante poco a tener algo más que un polvo con una puta, ya sea de las de pagar o de las que lo hacen “por amor al arte”.

Se reincorporó (y con él lo hizo, por primera vez en lo que llevaba de día, un enorme dolor de cabeza) y abrió el cajón de su mesilla. Rebusco entre chivatos, cajas de ibuprofenos, Frenadoles y otras cosas menos con decorosas para su personalidad, la única cajetilla de fortuna que guardaba su último cigarro. Su cigarrillo. Se levantó y sea acercó a su estantería de vinilos. Su amada colección de música. Todos ordenados por fecha, con funda, cuidados hasta parecer nuevos… Si el resto de la casa no merece que se describa, esta estantería merecería hacer un libro solo para ella. Sacó el disco de Led Zeppelin “I” y puso “Dazed & Confused” y mientras el bajo del principio le erizaba los pelos de los brazos se tumbó en su moqueta, se encendió el Fortuna y le dio una calada hinchando a mas no poder sus pulmones. Y, soltando lentamente el humo, escuchó la celestial voz que tiene la buena música…

Había mentido a Jack. No pensaba escuchar ni una sola pista de esos bastardos. Lo haría de Robert A. Plant y su banda. Se tomaría una copa y empezaría a mover las hojas del proyecto de estrellato que Jack le había preparado con su nuevo “grupo” los Monkey Bussines. Pero entonces se dio cuenta de algo. Su cigarrillo cayó en la moqueta quemándola un poco, pero sin arder. Terminó por apagarse solo ya que Daniel ni siquiera se percato de ese fallo. Estaba absorto mirando su brazo derecho. Un minuto, o un segundo, o quizá una hora más tarde desvió su atención hacia el suelo. La pulsera se había roto. Era extraño. Nunca se había sentido tan perdido, ni tan solo como ahora. Nunca se había aflojado, ni se había deshilachado; solo el paso del agua por sus brazos y el tiempo por sus hilos habían hecho mella en su color y en su firmeza respectivamente. Entonces sintió un fuerte desasosiego que casi le impedía respirar. Sintió que algo le había ocurrido a Ainara.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
está wapisimo, he empezado a leerlo x encima pero me he acabado enganchando.

una cosa está clara, hay un fumador reprimido en ti que trata por todos los medios de salir de tus pulmones a echar una calada :P
Jokantaro ha dicho que…
jajaja los monkey bussines... muy bueno!

i mean... donkey WTF? xD

un abrazo
Anónimo ha dicho que…
XD
dios...la primera parte...era en la cueva(caseta?) de la peli del ilusionista...al menos en mi kbza.
m mola
el royo de la pulsera...ju..es algo muy yo...de pqña las vendia..ahora las regalo a mis amigos! ;)
una duda:este cuento acabará bien? jodo...q ya toka!!!
*aLmU* ha dicho que…
Ainara no era el nombre que te gustaba para tu hija...?? xD
Me mola el nuevo rollito que te traes escribiendo...
pero a ver como acabas, ehhh? no me jodas...xD
Un Besooo
Yo también llevo una pulsera que estoy esperando a que se caiga...=)

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