Tres Segundos


¿Nunca has experimentado la satisfactoria sensación de quedarte sin aliento?
No me refiero al hecho de que alguien quiera reducir el diámetro de tu cuello con un ligero masaje de sus manos hasta el punto de faltarte el aire. Para mí, eso no es precisamente satisfactorio.
Es un sentimiento distinto.
Consiste en que tus músculos se quedan paralizados por una imagen que se refleja en tus pupilas; el corazón se desboca y palpita al mismo ritmo que ves a la gente entrar y salir del vagón a primera hora de la mañana; tu boca se seca y se convierte en un terreno árido como los raíles que tienes frente a ti, justo en el momento en que deben salir las palabras más importantes que debieras pronunciar en tu vida; y tu piel comienza a eliminar por el lugar menos deseado el agua que, en ese caso, debería servirte para hablar.
La gente suele nombrar este conjunto de sensaciones como las propias de alguien que se acaba de enamorar.
Yo sólo lo concibo como perder el aliento.



Bajé las escaleras que me llevarían hasta el andén sin quitar ojo del otro extremo de éste. Como de costumbre, ella no había llegado aún. Vendría corriendo, saltando los primeros peldaños de dos en dos y realizando un pequeño brinco al final. Formaba parte de su elegancia adulta y, a la vez, de su alma de niña. Entraría en el último instante, justo cuando la bocina que anuncia el cierre automático de las puertas hiciera su presencia en la estación, y lo haría en el vagón más alejado de mí, dejándome sólo contemplar su belleza durante un ínfimo espacio de tiempo.
Tres segundos.
Y a mí, con eso, me bastaba.
Entré en el último vagón de metro a la vez que pensaba que únicamente me había quedado sin aliento en dos ocasiones.
Algunas personas sienten su falta cada día, y además se jactan de ello. En estas ciudades, te cruzas con cientos de personas en unas pocas horas, rostros sin nombre que no tienen tiempo de mirarte la mayoría de las veces. Sólo encuentran los segundos indispensables para girar su muñeca y descubrir a su pesar que llegan tarde a cualquier lugar al que se dirijan. Pero las personas de las que hablo suelen decir que les falta el aliento nada más girar la primera esquina, pasar a la siguiente calle, o cruzar un último paso de peatones.
Para mí, ese no es el verdadero sentimiento.
En cambio, otras personas sólo necesitan quedarse sin aliento en una ocasión durante su larga vida. Conocer a una única persona con la que quieran compartir todas sus mañanas y también todas sus noches. Permanecer a su lado el tiempo máximo, hasta que sólo algo que tu mente no pueda controlar haga las maletas por ti para realizar un último viaje exclusivamente de ida.
Antes de que se escuchara el timbre en el exterior del vagón, ella penetró en él con una ligera sonrisa en su cara.
Yo también sonreí, aunque fuera involuntariamente.
Me agarré de la barra metálica que nacía del techo justo antes de que el tren iniciara su traqueteo característico en los segundos previos al comienzo de su marcha, sin dejar de prestar atención al extremo opuesto al que me encontraba.
En ese momento, recordé que la segunda vez en que noté cómo mi respiración se aceleraba y que mi lengua luchaba por recuperar su hábito de vida había sido aproximadamente hace un año.
No creo que fuese el primer día que coincidiéramos en el andén, pero si fue la primera ocasión en que nuestras miradas se cruzaron. Ella corría para llegar a su deseado destino pero, regalando una parte del breve momento del que disponía, levantó la cabeza hasta que me vio. Después, como ocurriría a partir de aquella mañana hasta hoy, el ritual se fue repitiendo y sólo teníamos esos insignificantes tres segundos para disfrutar de la vida.
Segundos que a mi me habían bastado para, con el tiempo, decidir que necesitaba compartir con aquella chica algo más que un andén de metro, un vagón como esa mañana, o un simple resplandor de sus pestañas cuando un día se acordaba de algo más que de correr hacia el interior del vehículo.
Así me di cuenta de que había perdido el aliento una vez más.
Por el efecto de las ventanas abiertas y la velocidad del aparato, su melena ondeaba hacia un lado de una divertida manera. Intentó por un instante que aquello no ocurriera, pero se vio vencida rápidamente. Luego, giró su cabeza hasta mi posición y, tras un resuelto parpadeo, contempló la portada del periódico que otro portaba a su lado.
Sus ojos iban de izquierda a derecha y pude notar cómo sus labios se abrían y cerraban ligeramente al tiempo que leía para sí lo que quisiera que pusiese el diario aquel día.
La mujer que había logrado que me quedara sin mi hálito de vida por primera vez leía como ella.
Parecía susurrarme al oído sus pequeños secretos, murmurar nuestras travesuras de manera silenciosa mientras devoraba las páginas de sus libros favoritos en las interminables noches, para bien o para mal, que pasamos juntos en una solitaria habitación de hospital.
¿Qué sientes cuando te das cuenta de que tu tiempo –sean tres segundos, tres semanas o tres años –se está agotando? A ella parecía no afectarle. Quería mostrarse como era, incluso en la etapa final. Le daba igual que todas las personas que estuviéramos a su alrededor nos marchitáramos más súbitamente que ella; su risa no le abandonó en ningún momento.
Y no se lo podré agradecer enteramente nunca más.
¿Qué sensación te invade cuando tu organismo te rechaza? Debe ser una especie de traición a tu espalda, como alguien que se taparía los ojos con una venda durante el resto de su existencia sólo porque estás junto a él. Su alma luchaba por entender la situación, pero que tu propio cuerpo, tu yo interior y exterior peleasen en una batalla cuyo final ya se había escrito en los libros científicos, la superaba con creces.
Gracias a ella, aprendí a valorar el tiempo de una forma inmaterial, como lo que es. Aprovechar hasta el último segundo para expresar nuestros sentimientos se convirtió en una escena constante en aquellos instantes finales.
Nunca olvidaré una de las frases que más me han llegado al corazón partiendo desde sus labios: “No encontrarás a alguien que te ame tanto como yo lo hice, pero estoy segura que tú sí volverás a amar, tu sí volverás a hacer sentir a otra persona las maravillas que me has hecho vivir a mí”.
En ese momento, negué con la cabeza y la correspondí como mi mente me dictaba. No podía comprender que ella me dijera precisamente esas palabras cuando la estaba viendo marcharse de esa forma.
Una nueva vibración me hizo tambalearme justo cuando una lágrima comenzaba a iniciar su también vibrante recorrido. Pensé en el presente, y en el tiempo que había transcurrido desde ese pasado que me parecía tan reciente. Como si se hubiera grabado en mí para siempre, cosa que no discutía.
Gracias a ello, había empezado a apreciar el valor del tiempo, fuera cual fuese.
Y esos tres segundos de vuelo no me parecían suficientes.
No sabía en qué parada se bajaría pero tenía claro que quería hablar con ella. Ya no estaba dispuesto a quedarme sin aliento por una tercera vez, por mucho que los refranes estuvieran en mi contra. No creía que tuviera el resultado deseado pero el pasado me había anunciado que podía volver a amar y estaba convencido en que así sería. Necesitaba liberar mis sentimientos, y entendía que debía ser con ella.
Le diría: “Hola. No nos conocemos pero… me encantaría probar a conocerte. Necesito algo más que tres segundos…”
Tampoco controlaba exactamente el número de frases que podría acabar cuando ella me mirara a los ojos fija y no vertiginosamente. Quizá el mismo tiempo que me había quitado la vida una vez, y me había devuelto la esperanza años después, me permitiera actuar sin trabas ni obstáculos.
Cuando el altavoz anunció la siguiente estación, ella se colgó un pequeño bolso sobre su hombro con un movimiento que se asemejaba al del mismo viento. Caminé hasta la puerta que se encontraba a mi derecha para salir en cuanto se abrieran.
Un segundo, dos, quizá tres…
Salió del vagón y se mezcló entre la gente que esperaba para introducirse en él y con la multitud que lo dejaba junto a ella. Apenas podía descubrir su pelo inmóvil en ese momento para poder, por fin, acabar con el límite que el tiempo nos había impuesto.
Esquivé como pude a las personas que venían en la dirección contraria. Ella iba más adelante, también ralentizada por el gentío. Me fui hacia la izquierda, acercándome al filo del andén para observar que ya había cruzado la esquina que la llevaba hasta el vestíbulo de la estación.
Giré la misma esquina y pude volver a verla. Aparté, como si me fuera la vida en ello, a otro chico de mi lado, y aceleré el paso cuando ella pasó por el mecanismo de salida. Seguí su trazo e hice lo propio.
Ella, tras un momento de indecisión, viró hacia la izquierda para alcanzar por fin las escaleras que la llevarían hasta el mundo exterior. No sabía cuáles iban a ser sus movimientos pero como si el destino me guiase, no dudé en seguir el mismo camino.
De repente, choqué con una silueta. Por mi aceleración, perdió el equilibrio, pero la sujeté antes de que cayera al suelo. No me di cuenta de si era un hombre o una mujer, porque era lo que menos me importaba en ese instante.
Las piernas de la chica todavía se podían revelar a través de la visión que obtenía desde mi posición. Sólo me faltaban unos escalones para alcanzarla con lo que, emulando los distinguidos saltos que me había regalado cada mañana durante aquel último año, llegué hasta donde se encontraba, detenida en medio de la escalera como si hubiera previsto mi llegada.
Como si el tiempo hubiera parado ese dichoso segundo.
- Hola, no nos conocemos pero…

Subí la cabeza cuando escuché la frase. Aquel chico la miraba como yo lo había hecho durante todos los segundos que había podido conseguirlo. Y ahora, el tiempo, y sólo el tiempo, le había otorgado mi lugar en la escena.
Quizá él, durante el último año, también había pasado unos segundos cada día junto a ella. Quizá no había valorado el tiempo como se merecía…
…y debía haber hecho de esos tres segundos algo más que un choque fortuito de esa duración, el mismo choque que me había usurpado la oportunidad de volver a perder el aliento.
Esos tres segundos…

Comentarios

Hueto ha dicho que…
Bueno, de primeras, bienvenido! parece que esto poco a poco va creciendo...
el relato esta muy bien, buena manera de describir ese estado entre un amor-dolor pasado y una nueva oportunidad ;).
y si, es cierto, muchas veces 3 segundos bastan...o faltan.
1 saludo!
Neokrisys ha dicho que…
Bienvenido!!

Buen relato

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